El Eco Fracturado del Estallido: Entre la Esperanza Constituyente y la Resistencia Silenciosa
- Piarismendi
- 11 abr
- 4 Min. de lectura
Las calles se convirtieron en un hervidero de demandas: pensiones dignas, salud de calidad, educación accesible, fin a la corrupción, reconocimiento de los pueblos originarios.

Chile, una nación que durante décadas se vendió a sí misma y al mundo como un oasis de estabilidad en un continente turbulento, experimentó en octubre de 2019 una erupción social que sacudió sus cimientos. El alza de 30 pesos en el transporte público fue la chispa, pero el incendio latente se alimentaba de décadas de desigualdad acumulada, de un modelo económico que prometía prosperidad para unos pocos a costa de la precariedad para muchos, y de una clase política percibida como distante y ensimismada. El "estallido social" no fue solo una protesta por un precio; fue un grito visceral contra un sistema que se sentía injusto, excluyente y agotado.
Las calles se convirtieron en un hervidero de demandas: pensiones dignas, salud de calidad, educación accesible, fin a la corrupción, reconocimiento de los pueblos originarios. La rabia, contenida por años, se manifestó en la ocupación del espacio público, en barricadas improvisadas, en cacerolazos ensordecedores y en una creatividad desbordante en lienzos y performances. La violencia, innegable y condenable, fue tanto expresión de la frustración como herramienta de choque contra un aparato represivo que respondió con una dureza cuestionada por organismos internacionales.
En medio de la convulsión, emergió una promesa de cambio: el proceso constituyente. La idea de redactar una nueva Carta Magna, nacida de la ciudadanía y no de los círculos de poder heredados de la dictadura, encendió una llama de esperanza. Se vislumbraba la oportunidad histórica de refundar el pacto social, de construir un Chile más inclusivo, equitativo y participativo. La elección de una Convención Constitucional paritaria, con escaños reservados para los pueblos originarios e independientes con una fuerte base social, alimentó la ilusión de un proceso verdaderamente democrático y representativo.
Sin embargo, el camino hacia la nueva Constitución estuvo lejos de ser lineal. La diversidad de voces y demandas, que en un principio se percibió como una fortaleza, también se convirtió en un desafío para alcanzar consensos. Las tensiones ideológicas, las desconfianzas históricas y la polarización creciente de la sociedad se reflejaron en los debates de la Convención. Si bien se lograron avances significativos en el reconocimiento de derechos sociales, ambientales y de género, algunas propuestas generaron controversia y alimentaron el temor en sectores de la población.
El plebiscito de salida de septiembre de 2022 marcó un punto de inflexión. El contundente rechazo a la propuesta constitucional evidenció una fractura profunda en la sociedad chilena. Las razones del "No" fueron diversas: desde críticas específicas al texto propuesto hasta un rechazo más general al proceso o a las figuras que lo lideraron. La derrota significó un golpe duro para las expectativas de transformación radical y dejó al descubierto la fragilidad del consenso social.
Hoy, Chile vive en un eco fracturado del estallido. Las demandas que encendieron la revuelta siguen latentes. La desigualdad persiste, aunque el debate sobre cómo abordarla ha tomado nuevos matices. La desconfianza en las instituciones políticas se mantiene, alimentada por escándalos de corrupción y una sensación de desconexión entre la clase dirigente y la ciudadanía.
El segundo intento constituyente, impulsado por un acuerdo político y con reglas más acotadas, buscó ofrecer una propuesta más transversal. Sin embargo, su resultado, con una propuesta que también fue rechazada en plebiscito, profundizó la sensación de impasse. La pregunta que resuena es hacia dónde se dirige un Chile que expresó masivamente su malestar, pero que no logra encontrar un camino unificado para construir un futuro diferente.
La fractura actual no es solo política; es también social y cultural. Existe una dificultad palpable para construir narrativas comunes, para reconocer la legitimidad de las diferentes experiencias y demandas. Las redes sociales, si bien fueron una herramienta poderosa para la organización y la expresión durante el estallido, también se han convertido en un campo de batalla donde la polarización y la desinformación dificultan el diálogo constructivo.
El legado del estallido social y el proceso constituyente es complejo y aún se está decantando. Se abrió un debate profundo sobre el modelo de desarrollo, sobre la justicia social y sobre la necesidad de una mayor participación ciudadana. Se visibilizaron problemáticas históricamente ignoradas y se empoderaron voces que antes no eran escuchadas. Sin embargo, la promesa de una transformación profunda y consensuada aún no se materializa.
Chile hoy navega en una incertidumbre tensa. La energía movilizadora del estallido parece haberse disipado, dando paso a una resistencia más silenciosa, a una desconfianza arraigada y a la búsqueda individual o en pequeños grupos de soluciones a las problemáticas cotidianas. La tarea pendiente es enorme: reconstruir la confianza, fomentar el diálogo, abordar las causas profundas del malestar y encontrar un nuevo pacto social que permita a Chile avanzar hacia un futuro más justo y cohesionado. El eco fracturado del estallido sigue resonando, recordándonos que las heridas aún no cicatrizan y que la búsqueda de un Chile mejor es una tarea inconclusa.
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