Lágrimas silenciosas en la cinta de correr: Cuando la rutina ahoga el sentir y la funcionalidad se quiebra
- Piarismendi
- hace 12 horas
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En el frenético pulso de la vida moderna, donde la productividad se erige como un dios implacable y el tiempo se desvanece entre tareas pendientes y obligaciones ineludibles, muchos navegan sus días con una máscara de funcionalidad. Son los engranajes aparentemente perfectos de una maquinaria social que exige rendimiento constante, dejando poco o ningún espacio para la fragilidad humana, para detenerse a sentir el peso de las emociones que inevitablemente se acumulan.

Para algunos, esta existencia se convierte en una rutina implacable, una cinta de correr emocional donde las lágrimas se derraman en silencio, invisibles para el ojo ajeno y a menudo ignoradas por el propio corazón. El "no tengo tiempo para esto" se convierte en un mantra peligroso, una forma de anestesiar el dolor, la frustración o la tristeza que clama por ser reconocida. Las emociones se suprimen, se empujan hacia un rincón oscuro del alma, con la falsa promesa de abordarlas "cuando haya un momento", un momento que raramente llega.
El cuerpo, sin embargo, lleva la cuenta. La tensión se acumula en los hombros, la mandíbula se tensa, el sueño se fragmenta y una sensación constante de ahogo se instala en el pecho. Es el grito silencioso de un ser interior que se resiste a ser silenciado, que implora un respiro en medio de la vorágine. Pero la presión por "ser funcional", por cumplir con las expectativas laborales, familiares y sociales, se impone, perpetuando el ciclo de la supresión.
"La negación de las emociones, especialmente cuando se vuelve una práctica habitual, tiene un costo significativo para la salud mental y física", explica el doctor Javier Rojas, psiquiatra con experiencia en el manejo del estrés y la ansiedad. "El cuerpo y la mente están intrínsecamente conectados. Cuando reprimimos nuestras emociones, estas no desaparecen; se somatizan, manifestándose en dolores de cabeza, problemas digestivos, fatiga crónica e incluso un mayor riesgo de desarrollar trastornos de ansiedad y depresión".
La paradoja de esta existencia es que la búsqueda incesante de funcionalidad termina por socavarla. El estrés acumulado, la falta de espacio para procesar las emociones y el desgaste constante conducen inevitablemente a un colapso interno. Es como una represa que contiene demasiada agua; tarde o temprano, la presión se vuelve insostenible y la estructura cede.
El "no doy más" no es una frase vacía; es la señal de alarma de un sistema al borde del agotamiento. Es el reconocimiento de que la máscara de la funcionalidad se ha vuelto demasiado pesada, que el intento de ignorar el mundo interior ha fallado. Es un grito desesperado por detener la cinta de correr, por permitirse sentir, por reconocer la propia humanidad más allá de la capacidad de producir y cumplir.
En las calles de Las Condes, detrás de las fachadas de vidas aparentemente exitosas y organizadas, resuenan silenciosamente estas historias de agotamiento emocional. Son personas que se levantan cada día con la sensación de llevar una carga invisible, que sonríen por compromiso mientras por dentro libran una batalla contra la tristeza o la ansiedad. Son individuos que han aprendido a funcionar en piloto automático, pero que en la quietud de la noche sienten el peso de las lágrimas no derramadas y el ahogo de las palabras no dichas.
Romper este ciclo requiere valentía y un acto de auto-compasión radical. Implica permitirse sentir, aunque duela, aunque parezca una pérdida de tiempo en la agenda apretada.
Significa reconocer que la vulnerabilidad no es una debilidad, sino una parte esencial de la experiencia humana. Buscar espacios para la introspección, para la expresión emocional (ya sea a través del llanto, la escritura, el arte o la conversación) y para el autocuidado se vuelve fundamental para detener el colapso interno.
No se trata de abandonar las responsabilidades, sino de encontrar un equilibrio más saludable entre el hacer y el ser. Se trata de recordar que la funcionalidad sostenible se construye sobre una base de bienestar emocional, y que negarse a sentir es, en última instancia, negarse a vivir plenamente. El "no doy más" puede ser el punto de inflexión, el momento de detener la cinta de correr y permitirse, finalmente, respirar y sentir. Porque solo al reconocer nuestras emociones podemos empezar a sanar y a construir una vida que no solo sea funcional, sino también auténtica y significativa.
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